El gobierno soviético dicto orden de silencio.
Muchas personas, inmensa multitud, murieron o sobrevivieron convertidas en bombas ambulantes, pero la television, la radio y los diarios no se enteraron. Y al cabo de tres días no violaron el secreto para advertir que ese estallido de radioactivadad era una nueva Hiroshima, si no que aseguraron que se trataba de un accidente menor, cosa de nada, todo bajo control, que nadie se alarme.
Los campesinos y los pescadores de tierras y aguas cercanas y lejanas si supieron que algo muy pero muy grave había ocurrido. Quienes les transmitieron la mala noticia fueron la abejas, las avispas y las aves que levantaron vuelo y se perdieron de vista en el horizonte, y las lombrices que se hundieron un metro bajo tierra y dejaron a los pescadores sin carnada y a las gallinas sin comida.
Un par de décadas despuesse produjo el tsunami en el sudeste asiático y las olas gigantes engullieron a otro gentío.
Cuando la tragedia estaba incubandose, y la tierra recién empezaba a rugir en las profundidades del mar, los elefantes hicieron sonar sus trompas, en desesperados lamentos que nadie entendió, y rompieron las cadenas que los ataban y se lanzaron, en estampida, selva adentro.
También los flamencos, los leopardos, los tigres, los jabalíes, los ciervos, los búfalos, los monos y las serpientes huyeron antes del desastre.
Solo sucumbieron los humanos y las tortugas.
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